lunes, 2 de enero de 2012

El árbol del Yoga - La flor-

Dos son los caminos o vías que intervienen en la realización de āsanas. Una es la vía evolutiva, expresiva o de exhibición, que lleva el sí-mismo hacia el cuerpo, hacia los poros de la piel, hacia la periferia. La otra es la vía involutiva, intuitiva o de inhibición, en la cual hacemos que los intrumentos del cuerpo se dirijan hacia el sí-mismo. La unión de estas dos vías represnta el maridaje divino del cuerpo con el alma y del alma con el cuerpo: la meditación.
En nuestra ejecución de āsanas debemos aprender a expresar la forma externa y la belleza de la postura sin por ello perder la atención interna. La piel es un órgano de percepción. No actúa, recibe. Toda acción es recibida por la piel, pero si estiramos la carne en exceso al realizar un āsanas, la piel pierde su sensibilidad y no envía mensajes al cerebro. En Occidente tienden a excederse en el estiramiento. Quieren conseguir algo; quieren hacerlo en seguida. Quieren lograr hacer la postura, mas no llegan a sentir la reacción. La carne se extiende tanto que vuelve insensible el órgano de percepción y, a causa de esta insensibilidad, el reflejo de la acción sobre la mente no es percibido.
La ciencia médica habla de nervios eferentes y aferentes. Los nervios eferentes envían mensajes desde el cerebro a los órganos de acción para que actúen. Los nervios aferentes mandan mensajes desde los órganos de percepción al cerebro acerca de lo que perciben. También los yoguis hablan de tales cosas, a los eferentes o nervios de acción se los denomina karma nadi y a los nervios aferentes o de conocimiento se los llama jñāna nadi. El entendimiento perfecto entre los nervios de acción y los nervios de conocimiento, operando conjuntamente en concordia, es yoga. En la práctica de yoga debería haber un espacio entre el extremo de la fibra de la carne y el extremo de la fibra de la piel –un espacio entre la recepción del mensaje procedente de los órganos de percepción y el mensaje que regresa a los órganos de acción−. Si logran crearlo, eso es meditación. Habitualmente no dejamos espacio ninguno porque consideramos que hemos de actuar inmediatamente. Eso no es meditación.
Deberían saber que, aunque el cerebro se encuentra situado en la cabeza, la mente existe en todo el tejido del ser humano. Al momento de recibir un mensaje, el cerebro bien envía inmediatamente un mensaje de acción basado en la memoria, bien se detiene a discernir. La mente y el cerebro observan el mensaje. Nosotros reflexionamos sobre él. Razonamos: ¿Estoy haciendo bien esto? ¿Lo estoy haciendo mal? ¿Por qué tengo esta sensación en este lado? ¿Por qué tengo esa otra ahí? Es lo que denominamos reflexión. Reflexionamos sobre la acción producida por la carne, que es percibida por la piel. Juzgamos qué es correcto y qué incorrecto. Cuando juzgamos y equilibramos en todos lados, eso es dhyāna, eso es contemplación. Es dhyāna en la carne, dhyāna en la piel, dhyāna en la mente, dhyāna en el intelecto. No hay disparidad alguna entre los cuatro.
Hemos juzgado y hemos llegado a un estado de equilibrio, de modo que hay unidad. Hay percepción consciente a través de todo nuestro ser, desde la piel al sí-mismo y desde el sí-mismo a la piel. Entonces sabemos ver fuera y sabemos ver dentro. Hay plenitud dentro y plenitud fuera. Aunque, por desgracia, en la meditación según se practica a menudo en la actualidad, caemos, creyendo meditar, en la soledad y el vacío. La soledad conduce al abatimiento y el vacío a la inercia. El vacío no es meditación. También al dormir nos hallamos vacíos. Si el vacío fuera meditación, con dormir ocho horas al día deberíamos volvernos todos almas evolucionadas…
La meditación no viene sólo con cerrar los ojos. La meditación pura es aquella en la cual todos los medios que poseemos –los órganos de percepción, los órganos de acción, la mente, el cerebro, la inteligencia y la conciencia−  son dirigidos hacia el núcleo del ser sin que exista en tal estado división alguna. La meditación consiste en un equilibrio dinámico de las conciencias intelectual e intuitiva.
Puede que todos hayan practicado la meditación. También yo la he practicado. Puede que se pongan a meditar sentándose en una esquina y vaciándose dentro de ustedes mismos con ese vacío que viene igualmente con el sueño. No es ésa la meditación que yo hago. Yo medito, no sentado en una esquina, sino en cada momento de mi vida, en cada postura que realizo, en cada āsanas.
Tal vez hayan leído la Bhagavad Gītā, donde se nos pide que mantengamos el cuerpo en un estado rítmico y armonioso, exento de toda variación entre derecha e izquierda, parte anterior y posterior; midiendo desde la línea central que recorre el cuerpo desde el centro de la garganta hasta el centro del ano. ¿Soy capaz de ajustar las distintas partes de mi cuerpo, así como mi mente y mi inteligencia, para que se hallen paralelas a esa línea central? ¿Puedo sentarme así? ¡Qué fácil de leer, pero qué difícil de llevar a cabo!
¿Fluyen paralelas en mi cuerpo inteligencia y conciencia sin alterar las orillas de mi río, la piel? ¿Soy capaz de extender la percepción consciente de mi sí-mismo y de llevarla a cada una de las partes de mi cuerpo sin que haya variación alguna? A eso me refiero cuando hablo de plenitud en la meditación. Yo estoy plenamente en mi cuerpo. Me hallo alerta en el cerebro. Permito que mi mente se extienda ella misma, se difunda y cubra las diferentes partes de mi cuerpo. Así aprendo a ser uno con mi cuerpo, mi cerebro, mi mente, mi inteligencia, mi conciencia y mi alma sin que haya división alguna. Así es como practico. Esa es la razón por la cual no existe para mí diferencia alguna entre āsanas y dhyāna. Donde está dhyāna, ha de estar āsanas. Donde está āsanas, ha de estar dhyāna.

(B.K.S. Iyengar, El árbol del Yoga, Editorial Kairós 2000)

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